El leñador arrepentido
Anselmo era leñador desde hacía muchos años. Tantos que no recordaba si su padre le llevaba a hombros cuando cortó el primer árbol del bosque de Vergel.
No había hecho otra cosa que talar y transportar la floresta por el río, hasta el pueblo, donde construían muebles y enseres de madera muy bien valorados en toda la comarca.
Ni pensaba apenas, cuando lanzaba:
- ¡Árbol va!- para avisar a sus camaradas sobre el gigante abatido y que no les pillara desprevenidos.
- ¡Anselmo!, ven a comer, que ya es hora- le contestaba a veces su mujer, que le traía un atillo con comida y agua fresca.
Y después vuelta a empezar. Cortar, desmochar y transportar.
Pero un día descansando debajo de un roble, después del almuerzo…
- ¡Anselmo, Anselmo!- una voz cercana, pero desconocida le turbó.
- ¿Quién eres y qué quieres?
- Soy Jayán, el alma del roble que piensas talar.
- No es posible. Los árboles no hablan.
- Yo he sido enviado por la Madre Naturaleza para que detengas tu sierra y a partir de ahora te dediques a replantar este bosque con el cual casi acaba tu familia durante generaciones. ¿No ves como se está desertizando tu pueblo?
- Yo pensé que esto no tendría fin, que tu Madre Naturaleza se encargaría de reponer todos los árboles arrancados.
- ¡Tú vas a ser el encargado de repoblar este solar!
A partir de entonces, Anselmo junto a sus hijos, planta todas las primaveras cientos de árboles, y espera a que se desarrollen los de los años anteriores antes de talar otros.